películas
Upstream color

Upstream color

Upstream color
  • Público apropiado: Adultos
  • Valoración moral: Con inconvenientes
  • Año: 2014
  • Dirección: Shane Carruth

Contenidos: Imágenes (algunas V, S), Ideas (apuntes animistas, trascendencia ausente F)

Dirección y guion: Shane Carruth. País: USAAño: 2013.Duración: 96 min. Género: Dramaciencia-ficciónInterpretación: Amy Seimetz (Kris), Shane Carruth (Jeff), Andrew Sensenig (el Sampleador), Thiago Martins (ladrón), Kathy Carruth (Madre orquídeas), Meredith Burke (Hija orquídeas), Andreon Watson (Peter), Ashton Miramontes (Lucas). Producción: Shane Carruth, Casey Gooden y Ben LeClair.Música: Shane Carruth. Fotografía: Shane Carruth. Montaje: Shane Carruth y David Lowery. Dirección artística: Darrah Dean Gooden. Distribuidora: La Aventura Audiovisual. Estreno en USA: 5 Abril 2013. Estreno en España: 28 Marzo 2013

Reseña:

   En 2004, el californiano Shane Carruth —un matemático e ingeniero informático— debutó como director de cine con “Primer”, modestísima y hermética película “indie” de ciencia-ficción, en torno a dos inventores que modificaban las leyes del tiempo a través de un extraño artilugio. Con ella ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance y los elogios entusiastas de una parte de la crítica. 

 

   Nueve años después, Carruth ha vuelto a epatar al público y a dividir a la crítica con “Upstream Color”, otra película futurista tremendamente críptica y experimental, que ha escrito, dirigido, protagonizado, producido, fotografiado, montado y musicalizado. También fue galardonada en Sundance —con el Premio Especial del Jurado al mejor diseño de sonido—, así como en el Festival de Sitges 2013, donde obtuvo el Premio Citizen Kane de la Crítica al mejor director novel.

 

   Esta vez la protagonista en Kris (Amy Seimetzn), una diseñadora gráfica al que un misterioso ladrón (Thiago Martins) le anula su personalidad introduciéndole en el cuerpo un gusano con extrañas propiedades alucinógenas. La joven sigue todas las instrucciones que le da el ladrón, y cae finalmente en manos de un singular granjero-grabador de sonidos (Andrew Sensenig), que le extrae la hipnótica larva y se la inocula a una cerda. Cuando Kris se despierta, descubre que ha perdido su trabajo y está arruinada. Un tiempo después conoce a Jeff (Shane Carruth), un hombre con quien conecta hasta un desconcertante nivel metafísico. Ambos se ayudarán mutuamente para intentar dejar atrás sus malas experiencias.

   Aunque esta vez ha contado con un mayor presupuesto, Carruth repite una puesta en escena hiperrealista y minimalista, de planificación siempre inquietante y muy vigorosa en su resolución fotográfica, sonora y musical. Y la impregna de un aparente simbolismo filosófico, relacionado con el trascendentalismo naturalista de Henry David Thoreau, cuya obra cumbre, “Walden” (1854.), tiene un papel determinante en el argumento. Todo esto ha llevado a algunos críticos a invocar similitudes con películas como “Vinieron de dentro de...” y “La mosca”, de David Cronenberg; “Cabeza borradora”, deDavid Lynch; “Stalker”, de Andrei Tarkovski; “Memento” y “Origen”, de Chistopher Nolan; “Pi” y “La fuente de la vida”, de Darren Aronofsky, e incluso, “El árbol de la vida” y “To The Wonder”, de Terrence Malick.

   No sé si Carruth ha tenido estos filmes como punto de referencia. Quizás sí. En todo caso, y una vez más, su singular narrativa —elíptica, hiperfragmentada, inconexa, llena de silencios— y su etérea dirección de actores —más inexpresiva que sobria— sólo le funcionan durante los 45 minutos que dura el planteamiento de este rompecabezas, en los que se mantiene más o menos la intriga sobre su sentido. 

 

   Pero, después, ese pedante y aburrido cripticismo se acrecienta hasta un desenlace porcino en el límite mismo de lo ridículo, más animista —la interconexión existencial con la naturaleza— que estrictamente panteísta, insuficiente como posible parábola de la alienación que provocan las adicciones o el control social, y casi vacío de sentimientos reales, reflexiones éticas mínimamente profundas y auténtica trascendencia religiosa. Ante él, Chesterton, con su rotunda lucidez habitual, volvería a sentenciar: “Cuando la gente no cree en Dios, no es que no crea en nada, es que se cree cualquier cosa”. Pues eso.(Cope J. J. M.)

 

 

Colabora con Almudi